Nuestra crítica al neoliberalismo radica justamente en que ha sedimentado una sociedad altamente egoísta. Más que un modelo económico, el neoliberalismo es un modelo antropológico. Una sociedad de mercado, crea solo hombres de y para el mercado.
David Racero Mayorca
Representante a la Cámara por Bogotá
Pacto Histórico
El gobierno Petro, primero del Pacto Histórico, será de transición. Así lo ha dicho el propio Presidente electo y así lo asumimos quienes lo acompañamos. Ser de transición no es diferente sino ser un gobierno que se compromete a trazar una hoja de ruta para un proceso de cambio que implica más allá de 4 años. Una hoja de ruta que empezará por cambiar elementos fundamentales del Estado y de la sociedad, pero que es consciente de que no todos los cambios se realizarán al tiempo. Es más, que no deben ocurrir al tiempo, aunque quisiéramos.
El verdadero cambio de la sociedad conlleva un largo periodo temporal, a lo mejor una generación o más. Es imposible determinarlo (ni decretarlo). No se trata solo de reconstruir ciertas instituciones, de crear leyes, de modificar el modelo económico, de garantizar derechos inconclusos, o es más, de construir nuevas relaciones de poder que favorezcan a la mayoría. El cambio, para nosotros, es algo más perenne e intangible: es el surgimiento de un hombre y una mujer nuevos.
Todo lo que hagamos solo tiene sentido si somos capaces de transitar hacia una forma de ser en el mundo; de vivir con los otros, de relacionarnos con nosotros mismos y con la naturaleza. Sociedades diferentes conllevan hombres y mujeres diferentes.
El horizonte político del “hombre nuevo” pertenece a cierta tradición de la izquierda latinoamericana que aún seguimos reivindicando; y tiene como principio, algo aparentemente elemental, pero profundamente humanista (y hasta cristiano), que se resume en una sentencia: pasar de seres humanos cuyo motor personal y social es el egoísmo a seres humanos en los que impere la solidaridad, la empatía y el amor.
Nuestra crítica al neoliberalismo radica justamente en que ha sedimentado una sociedad altamente egoísta. Más que un modelo económico, el neoliberalismo es un modelo antropológico. Una sociedad de mercado, crea solo hombres de y para el mercado. Por eso, cuando hablamos de posneoliberalismo, no pretendemos negar que en nuestra humanidad haya egoísmo, sino que creemos profundamente en que es posible construir otra sociedad en la que nos organicemos de tal manera que podamos sacar lo mejor de nosotros como humanos, ofreciéndonos a los demás. Superar el capitalismo solo será posible si como especie eliminamos el egoísmo hacia el otro y hacia la naturaleza.
Largo camino por recorrer, ¿cierto? Hoy, por lo pronto, empezamos planteándonos la siguiente pregunta: ¿cuáles son los retos inmediatos que tenemos en este gobierno de transición? De manera esquemática presento algunas ideas, varias de ellas inspiradas en un referente que invito a tener muy en cuenta para el proceso que se nos viene, el expresidente de Bolivia, Álvaro García Linera.
No cambiar todo al tiempo: no vamos a cambiar todo de inmediato, no solo porque 4 años son un tiempo limitado, sobre todo por un asunto estratégico. Debemos librar batallas que el pueblo está dispuesto a asumir. Una vez ganadas, la acumulación de esperanzas nos permite avanzar en las siguientes batallas. Recordemos que, si bien ganamos la presidencia, fue por un margen pequeño respecto a Rodolfo Hernández. Por eso debemos mostrar que también podemos hacernos cargo de sus expectativas. Esto pasa por atomizar a los más radicales, la derecha más radical (que seguro se aislarán ellos mismos); pero integrar a millones de colombianos, casi la mitad, que no nos votaron. El primer año debemos mostrar que nuestras acciones son para la mayoría. Así generamos confianza, para seguir avanzando. Un juego de ajedrez en el que se van ganando posiciones, cada vez más, una y otra vez, hasta ocupar el tablero. El primer año es el más favorable, pues la expectativa está a nuestro favor.
Cambiar y estabilizar. Gobernar significa poner orden. Generar procesos de estabilización y de seguridad. Por más proceso revolucionario que ocurra, la gran paradoja de todo cambio es que debe poner orden y tranquilidad. Un reto importante de Gustavo Petro, por ejemplo, es generar orden en las finanzas públicas. No solo para que no se roben los recursos sino para disminuir el déficit fiscal que nos deja el gobierno saliente.
Gobierno de transformación, no de gestión: no vinimos a “administrar” sino a cambiar. El presidente no es un gerente de empresa. A diferencia del gerente, la preocupación del presidente es garantizar derechos, no generar utilidad. Y los derechos cuestan. Por eso la necesidad de transformar un Estado que no se ha adecuado para cumplir su propósito, sino por el contrario, se modificó para generar renta a unos pocos. Claro que debemos generar una ruta sostenible, pero con qué objetivo. No queremos solo un indicador frío del PIB creciendo, sino bienestar concreto en la población.
Facilitar la agrupación comunitaria: Como no queremos ser flor de primavera, la única posibilidad que tenemos de perdurabilidad es si la gente se apropia del proceso de cambio. No solo para defender el gobierno, sino para darle continuidad. Sin poder popular, no hay futuro. El poder popular implica tres cosas fundamentales: 1) Organización social para poner en la agenda de política pública sus demandas. 2) Sedimentar nuevos sentidos comunes en la población en la que se naturalicen y se apropien, como algo evidente, los cambios que se materialicen. Interiorizar como sentido común es que la sociedad asuma que los logros democráticos que se hagan, no deben ser cambiados, aun si perdemos el gobierno en 4 años. Esto es lo que Errejón habla de “irreversibilidad del cambio”. 3) Toma de decisiones directas en la agenda pública. La democracia no es solo 4 años en elecciones, sino la posibilidad concreta y real de que la gente pueda decidir en asuntos importantes de la política pública.
Alertas con las inercias y los poderes conservadores que se resistirán: tener presente que siempre se levantarán contrapoderes que intentarán detener, sabotear o limitar el cambio. Por un lado, los mismos de siempre que se niegan a perder sus privilegios, que les da pánico la democracia. Ese poder extraestatal. Poderes económicos, mediáticos y terratenientes incapaces de adaptarse al muevo rumbo del país. Somos conscientes de que el poder del Estado solo es un trozo del poder, no lo es todo.
También hay contrapoder dentro del propio Estado. Burocracia que se acostumbró a hacer las cosas de cierta manera y que se les puede dificultar asumir la agenda de cambio. Por lo general son mandos medios, profesionales de carrera administrativa incapaces de pensar un Estado diferente. Son conservadores de rutina, no ideológicos. De esos sí tuvimos en la Bogotá Humana y seguro encontraremos en el gobierno nacional. Por eso debemos hacer una escuela acelerada con los nuestros. No hay que temer, al fin y al cabo, “la revolución es un proceso en el que los que no saben acaban sabiendo”.
Igualmente, no perder la brújula ética. Sin lugar a dudas, lo más importante de todo. No perder el liderazgo moral por el que se sustenta nuestra victoria y nuestro gobierno. Si dijimos que éramos diferentes, pues hay que cumplirlo. Ni una mancha de corrupción. Pero si alguien se desvía del camino, como mala hierba, cortarlo de raíz. Nuestros adversarios intentarán atacarnos moralmente, enlodando el buen nombre, poniendo en duda las actuaciones, tendiendo trampas. Si perdemos la coherencia, perdemos el futuro político. La mayoría lo tenemos claro y, en lo personal, velaré para que así se cumpla aún si toca denunciar gente del propio gobierno.