Mujeres en el poder: una posibilidad de transformación
Por: Gloria Betty Zorro Africano Representante a la Cámara por Cundinamarca de Cambio Radical Era el 5 de octubre de 1789, en Francia, la Asamblea Nacional Constituyente se encontraba debatiendo los cambios más profundos al sistema político francés y la revolución estaba a punto de estallar. La Bastilla había sido tomada en julio, los franceses se encontraban debatiendo los destinos de su país y, a través de la difusión de sus ideas al resto del mundo occidental, se encontrarían forjando las bases de la democracia moderna. Versalles, la encargada de alojar en ese momento a los asambleístas, era una pequeña y cómoda ciudad, centro del poder francés desde Luis XIV, y su palacio podía acoger con grandes atenciones a estos, allí no se sentía el hambre ni las inclemencias de la escasez que se vivía en París; sí me lo preguntan, en Versalles, en ese momento, el mundo parecía un lugar feliz. Espero que esta lucha también se vea reflejada en las elecciones por el poder local que se avecinan en octubre, que tomemos la decisión de luchar por nuestros municipios y departamentos, que cada vez seamos más las mujeres que lideremos procesos de transformación social. Pero en París no había pan en las calles, no había víveres en general, el hambre, en contraste con los banquetes de Versalles, se sentía en el pueblo; fueron las mujeres las primeras en tomar acción, seguramente muchas de ellas llevadas por el instinto de maternidad que nos caracteriza a todas, otras por el ímpetu que es innato al cuidado y la manutención de nuestros hogares y de sus miembros, se decidieron marchar a Versalles. En juego había algo más valioso que sus vidas, en juego estaban las vidas de sus hijos, quizá de sus esposos y del resto de miembros de su hogar, esos lazos son más importantes que la vida misma. Pero en París no había pan en las calles, no había víveres en general, el hambre, en contraste con los banquetes de Versalles, se sentía en el pueblo; fueron las mujeres las primeras en tomar acción, seguramente muchas de ellas llevadas por el instinto de maternidad que nos caracteriza a todas, otras por el ímpetu que es innato al cuidado y la manutención de nuestros hogares y de sus miembros, se decidieron marchar a Versalles. En juego había algo más valioso que sus vidas, en juego estaban las vidas de sus hijos, quizá de sus esposos y del resto de miembros de su hogar, esos lazos son más importantes que la vida misma. Marcharon a Versalles, las mujeres del mercado, vacío de suministros, se unieron todas, se armaron de cuchillos, de instrumentos de cocina, era todo lo que las acompañaba, eran sus utensilios diarios en aquella época, pero tenían algo más poderoso que eso, la firme convicción de pelear por sus derechos, reprimidos por mucho tiempo, y obligando al Rey y a sus cortesanos a instalarse en París, ver la realidad con sus ojos y entender que el cambio de su situación debía llegar ahora. El papel de la mujer en la Revolución Francesa fue determinante, pero también lo ha sido en las grandes revoluciones mundiales y lo debiera ser en la política, su visión es diferente a la del hombre, quizá por su instinto maternal natural, o tal vez por su instinto de protección, las mujeres en muchas ocasiones somos más terrenas y aristotélicas que los hombres, tenemos los pies, en muchos casos, más asentados en la tierra que los hombres y por ende nuestro aporte a las grandes y también pequeñas transformaciones sociales es complementario al de estos. Tardaría mucho tiempo aún después de las transformaciones de la Revolución Francesa para que a la mujer siquiera se le reconociera su derecho al voto, habrían de pasar muchos años más para que se le reconociera su igualdad en términos de democracia y de participación en las decisiones de la sociedad, a pesar de la Declaración de los Derechos del Hombre y de que Olimpia de Gouges quiso también que fueran los de la mujer, por allá por los años de la Revolución en el siglo XIX, sólo hasta el Gobierno interino del General Rojas Pinilla (a inicios del siglo XX) reconocimos en Colombia los derechos democráticos básicos a nuestras mujeres. Pero aún estamos en mora de hacer más para promocionarlos y permitirles participar activamente en las decisiones colectivas. Hasta hace poco, un informe de la Presidencia de la República nos mostraba cómo menos del 12% de los mandatarios locales son mujeres y según las cifras del Banco Mundial en Colombia, tan sólo un 18% de ellas son parlamentarias, un verdadero contraste con el promedio de América Latina que alcanza el 30%, el de la OCDE 29,71% o, inclusive el de México, que con las reformas de paridad de género en la representación política, lograron, por primera vez en su historia, un balance prácticamente equitativo del 48,2% de escaños ocupados por mujeres. En Colombia, seguimos aún pendientes de una reforma política que nos incluya con garantías de igualdad en la participación, lo intentamos en la presente legislatura, pero lamentablemente el poder de muchos se impuso y no se logró acuerdo sobre este punto ni sobre las listas cerradas que nos ayudarían a conseguir una verdadera equidad en la participación política; finalmente, a inicios del mes de mayo, el Gobierno Nacional anunció el retiro de la reforma política porque su esencia no había sido aprobada. Pero no hay que desfallecer en nuestra lucha, muchas mujeres a través de la historia han pagado, incluso con sus vidas, la reivindicación de muchos derechos de los que hoy gozamos, siempre he estado orgullosa de ésa capacidad de lucha que nos es común y que nos une, nuestra tenacidad es una de nuestras virtudes innatas y la esperanza siempre estará en el corazón de la mujer, por tal motivo la invitación es a que luchemos, aún no tenemos victoria completa, pero logros importantes han acontecido en nuestra lucha, en 1997, por ejemplo, los escaños ocupados
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